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lunes, 1 de febrero de 2016

Sugerencia de la Biblioteca de Humanidades para el Club de Lectura: Sefarad, de Antonio Muñoz Molina (2001)

    “Doquiera que el hombre va lleva consigo su novela”. Lo escribe Galdós en Fortunata y Jacinta y en un principio iba a encabezar la novela, aunque Antonio Muñoz Molina se decidió a última hora por una cita de El proceso, de Kafka. También las primeras ediciones de la obra llevaban el subtítulo “novela de novelas”, casi como un pleonasmo, pero en las ediciones siguientes cayó en el olvido y se tituló sólo Sefarad. Una palabra, un lugar sin mapas que se esconde tras los rincones, como el maleficio del país de irás y no volverás.

    Sefarad es la tierra de la que uno sale y a la que no sabe si podrá volver, suena a exilio, a desarraigo, a que la vida confortable y duradera y que creías que iba a durar siempre se rompe de pronto, o si no se rompe puede romperse, pues la posibilidad en esta novela es casi más protagonista que los hechos que suceden. Qué pasaría si mañana lo que nos parecía firme se agrieta o se rompe y no sabemos por qué, se nos escapan las causas o no adivinamos las casualidades que nos expulsan de la comodidad y de la vida de rutina y certidumbres en la que vivíamos hasta ahora, quién podía imaginarlo, diremos, o quién podía esperarlo, cómo iba a pensar que eso que les pasa a otros me iba a suceder a mí. Imagina que eres un judío al que de pronto le marcan con un ignominioso brazalete y al que le señalan e insultan y le obligan a cambiar de acera, o ya ni siquiera merece vivir por el solo hecho de serlo: qué clase de enfermedad has contraído sin tú saberlo que te aleja de tus vecinos y hasta de quien fuiste hace unas semanas; imagina que la fuerza y solidaridad del partido al que perteneces y al que has servido sin descanso se vuelve contra ti y pasas a ser sospechoso de traición o deslealtad, eras un dirigente competente, o eso creías, y de pronto eres un indeseado al que se vigila y que terminará confesando cualquier cosa con tal de salvar la vida o no ser enviado a un gulag; imagina que huyes de la guerra y en la huida dejas todo lo que fuiste, no sólo tu casa o tus recuerdos, también tu familia y tus amigos que quizás perezcan en un campo de exterminio, o imagina que tú mismo sobrevives al horror y crees que aquella pesadilla se alejará del pensamiento, pero el paso del tiempo no evapora los recuerdos indeseados que atosigan y molestan y perturban el sueño: Primo Levi se suicidó con sesenta y siete años, ni siquiera los libros que escribió sobre su cautiverio en Auschwitz pudieron purgar lo que no quiso ver pero vio. Kafka, Willi Münzenberg, un soldado de la División Azul escondido en una dacha del frente ruso o una niña que felicita a Stalin en su cumpleaños porque el apellido de su madre, que hace suyo, le da esa oportunidad. Son algunas de las historias que se cuentan en esta novela que es una y son muchas.

    La Historia con mayúscula eclipsa las historias con minúscula. En esta novela las historias son con minúscula, y si algunas salen en los libros que se estudian o se leen otras se quedan en quien las vive o quien las escucha: cómo es la ciudad para quien ha vivido siempre en el campo y las calles y el tráfico lo abruman y paralizan hasta parecer enajenado; o volver al pueblo donde creciste porque un familiar al que no visitas desde hace años se muere y quiere verte y cuando llegas te das cuenta de que ya no perteneces a ese mundo de brasero y mujeres de negro y olor a tierra sudada; cómo puedes seguir siendo el mismo después de salir de una revisión rutinaria y saber que esa enfermedad que te era ajena o sobre la que has leído en el periódico o visto en la televisión ahora también es tuya, y la vida se vuelve un terrible reloj donde las horas pesan como lastres, como piedras en los tobillos que te hunden demasiado pronto en un pozo oscuro; quién fuiste o quién eres cuando te miras en el espejo y tu cara te resulta extraña, mi cara, tu cara, la que a pesar de ser nuestra miramos con menos atención que la de los demás. “No eres una sola persona y no tienes una sola historia”, escribe Muñoz Molina, “eres cada una de las personas diversas que has sido y también las que imaginabas que serías”. Cuántas veces hemos dicho yo soy así para justificar un acto o una palabra que no querríamos haber pronunciado, como si realmente supiéramos quién somos o quién fuimos o en quién nos convertiremos: hasta lo que creemos que somos podría desmentirlo cualquiera que se refiera a nosotros porque ha visto cosas que nosotros no sabemos, aunque uno siempre tiende a creer que lo sabe todo de sí mismo.
    

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