El sábado se entregó el Premio Nobel de Literatura. Bob Dylan no estuvo. Un episodio más de una polémica que ha ido creciendo desde que se fallara el premio el pasado octubre. Os dejamos dos versiones, una a favor y otra en contra, sobre este controvertido galardón. ¿Qué opináis vosotros?
A favor. Quizás la duda que asalte a muchos es: ¿cómo es posible
ganar el Premio Nobel sin escribir libros? Para comprender su concesión a Bob
Dylan y argumentar que es un premio merecido es necesario redefinir o ampliar
lo que entendemos por literatura. Para ello, aun corriendo el riesgo de simplificar
una cuestión tan compleja, intentemos atenernos únicamente a dos conceptos
básicos: forma y contenido.
Empecemos por la forma, aquí nos encontramos con el punto
más delicado. Si tenemos en cuenta como
obra literaria lo que conocemos como novela, poesía, ensayo, etc., (en
definitiva cualquier tipo de obra escrita publicable en un libro), Bob Dylan no
ha escrito más que una novela, Tarantula (1971) y el primer tomo de su autobiografía Chronicles: volumen one (2004). Pero el jurado del Premio Nobel ha tenido en
cuenta las letras de sus canciones y no las obras antes mencionadas. Y así
surge la gran pregunta: ¿las letras de canciones son o no literatura? En este
punto, recurriremos a su discurso de aceptación del Nobel. En él reconoce que nunca se ha planteado si sus
canciones son literatura o no. Pero lo hace después de sugerir un paralelismo
de su propia trayectoria con la de Shakespeare: “Sus palabras estaban escritas
para el escenario. Destinadas para ser recitadas, no leídas”. Bob Dylan menciona así a una gran figura sobre
la que no hay la más mínima duda en considerar literaria, a pesar de que la
mayor parte de su producción sean obras de teatro, pensadas para ser
representadas en escena y no leídas, como es el caso de las letras de
canciones. Entonces, si consideramos las obras de teatro como literatura, ¿por
qué no las letras de las canciones? Los dos géneros, basados en la palabra,
comparten que su manera de existir/manifestarse no es mediante un lector
exclusivamente, si no por medio de un espectador a través de una
representación, ya sea teatral o musical. Aceptando que el medio o la forma no tienen
por qué limitar la definición de literatura, claramente podremos afirmar que
las letras de Bob Dylan son literatura.
Sigamos con el contenido. Desde que se publicara su primer
disco en 1962, las letras de sus canciones han sido el núcleo de su producción
artística. Tanto es así, que no se puede entender la totalidad del impacto de
la figura de Bob Dylan en la cultura del Siglo XX y XXI, si no es dando tanto
valor (o más) a sus letras como a sus habilidades como músico (con las que
también ha sido un revolucionario). Bob Dylan no es solo un músico, sino también
un poeta, con toda la literatura que eso implica. Un poeta cuya obra ha sido
estudiada y alabada desde hace varias décadas, ya sea por prestigiosos críticos
literarios (como Christopher Ricks, profesor de la Universidad de Boston y de Universidad
de Oxford o Greil Marcus, coeditor de A New Literary History of America) o
por escritores (como Stephen King, Joyce Carol Oates o Salman Rushdie). También
ha recibido premios como el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2007 o el
2008 Pulitzer Prize Special Citation (por su “extraordinaria fuerza poética”). A ello, añadiremos como factor a destacar su vasta
producción de letras de canciones, que se estima como más de 500. Una extensa
obra con la que Bob Dylan ha conseguido
convertirse en la voz de varias generaciones. Sus letras hicieron que la
juventud de los años 60 y los 70 recupera el interés por la poesía, sirviendo
de puente para el redescubrimiento de poetas como Rimbaud, Verlaine o
Baudelaire. Su obra, las letras de sus canciones, son una fuente de inspiración
e influencia para toda clase de artistas ya sean músicos, cineastas,
escritores, poetas o pintores. O como la academia sueca lo expresa: Bob Dylan
ha creado “nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la
canción americana”.
En resumen, la obra de Bob Dylan, es la obra de un poeta. Un
poeta cuyos versos son para ser cantados. Un trovador cuya poesía vive dentro
de la música en forma de canciones. Unas canciones con un valor literario
intrínseco.
En contra. Va a ser difícil escribir algo que no se haya dicho ya, a
favor o en contra, de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan. Vaya
por delante que no tengo nada contra Dylan, ni pongo en duda su consideración
como artista. A lo mejor da la impresión de que este texto se encona contra su
figura, aunque en realidad se dirige a los que le han
otorgado el más prestigioso premio de la letras universales. O quizás era prestigioso y ya no lo es. No
sé. Es caso es que ha suscitado un interesante debate.
El pueblo, ya se sabe, es soberano. E ingenioso. He podido
leer en Internet desde una petición del premio Cervantes a Perales hasta otra
algo más rocambolesca para que por fin se reconozca la labor de Miguel
Hernández como letrista. También he leído demasiadas veces que Bob Dylan marcó
una época con sus canciones como argumento para la concesión del Nobel de
Literatura, como si el hecho de marcar una época fuera, por sí mismo, condición
para obtenerlo: The Beatles, The Rolling Stones, El Padrino o La Guerra de las
Galaxias también marcaron una época. Pero digo yo que para que te concedan el
Nobel de Literatura lo suyo es marcar una época, ser influyente, innovador o
trasgresor en algunos de los campos literarios. Y Bob Dylan, hasta donde yo sé, no destaca en los manuales de Literatura. En la música puede que haya marcado una
época, no lo discuto, pero en literatura no. (Puede que a los miembros del
jurado ya no les apetezca leer y prefieran escuchar canciones, o estén pensando
en crear un Premio Nobel de la Música por un camino estrambótico, o quizás
hayan buscado la repercusión que no da un escritor polaco. Quién sabe.)
A veces el sentido común es el menos común de los sentidos.
Y el sentido común me dice que necesitamos referencias estables para
entendernos, para saber de qué hablamos. Esto se publica en el blog de una
biblioteca. Pues bien. Ahora imagínese que entra en una biblioteca y los
libros, los discos de música, las películas y las revistas están todos mezclados
porque, como se dice ahora con demasiada frecuencia, la literatura está en
todas partes. Este comodín se repite tanto como decir que una canción es poesía,
cuando quizás debería decirse que es poética, en el sentido de “que participa
de las cualidades de la poesía” (DLE, tercera acepción). Porque la poesía, sensu
stricto, se imprime en un libro y se lee sin más aditivo que las propias
palabras, o así la entendemos al menos después de los trovadores provenzales. Si
yo le añado música a las palabras entonces se trata de una canción y responde a
las propias leyes de ritmo y compás de una canción, igual que si añado imágenes
a un guión lo convierto en una película o una serie de televisión. ¿Y el
teatro? ¿Acaso no está escrito para representarse? Desde hace siglos se entiende
que las obras teatrales son de naturaleza puramente literaria y como tal se
analizan, critican o estudian dentro de los planes de estudios de Literatura. Es
una cuestión de tradición, si se quiere, con todo lo que esta palabra pueda
tener de censurable. O mejor, de límites o referencias, como antes decía: necesarias,
incluso imprescindibles, para que si uno se matricula en estudios literarios, va a una biblioteca o a comprarse un
disco o un libro sepa qué se va a encontrar. Puede parecer un asunto baladí,
pero piensen que, como la caótica biblioteca imaginada más arriba, una mínima
clasificación convencional es lo que nos sitúa y nos orienta dentro del
disperso océano del conocimiento o las artes.
Dice Rafael Reig en su recomendable Manual de literatura
para caníbales que, a fin de cuentas, la literatura se reduce a un señor en
zapatillas, en su casa, frente a una mesa, un bolígrafo y un papel o un teclado
para escribir. No dice nada de guitarras o pianos porque a eso se le llama hacer canciones:
algunas excelsas, desde luego, incluso con mayores cualidades poéticas que
muchos poemarios, no lo dudo, pero que por su naturaleza, por su composición y
por su difusión no dejan de ser magníficas letras de canciones. También hay
libros científicos con mayor calidad narrativa que muchas novelas y no creo sus
autores deban optar al Premio Nobel de Literatura. Para este galardón hay
escritores que sobrepasan en calidad, originalidad e innovación literaria a las
canciones de Bob Dylan pero que, ay, no cuentan con el trampolín de la música.
Dar un premio literario a un músico, por muy bien que escriba, es trampear las
reglas de la literatura. La obra literaria de Bob Dylan es anodina (tal como
aquí entendemos literaria): una novela y un volumen autobiográfico. El premio
Nobel se le concede por las letras de sus canciones, y eso es un oxímoron y una
injusticia, porque sin los acordes musicales nunca lo hubiera ganado.
Para terminar una anécdota. Hablando hace poco con un amigo
que defendía entusiasmado el premio Nobel a Bob Dylan le propuse que, ya que le
gustaba tanto como escritor, dejara de escuchar sus canciones y, a partir de
ahora, disfrutara leyendo las letras. Solo las letras. No es lo mismo, me dijo.
Eso es, le respondí, no es lo mismo.
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