Tú me envías una foto para que pueda verte. Yo a cambio te envío los libros que me pidas. Puedes pedirme varios. No hay problema.
¿Qué harías tú si recibes una propuesta como esa? Cuando se dispone a abandonar un foro literario en Internet tras una quedada decepcionante Sonia recibe este mensaje de Knut Hamsum, un desconocido que no acudió al encuentro de Cárdenas, ciudad literaria de Sara Mesa.
Sonia acepta (¿por qué no?). Se siente halagada e intrigada. Una foto por unos libros que no puede comprarse con el mísero sueldo de una beca en un archivo. Pide tres libros a cambio de una foto donde apenas se adivina su cara entre píxeles. Recibe doce libros. Libros robados. Knut Hamsum (su verdadero nombre no se menciona en la novela) no trabaja. Solo pilla, coge, toma. No roba. Y no se cuestiona su modo de vida. Es un dogmático, un antisocial y un moralista. Sonia se da cuenta pronto, tras unos correos asfixiantes que la agobian pero a la vez la atraen por el interés que muestra por ella. Él quiere saber, conocer su vida, sus lecturas, sus gustos, todo: a cambio de esa información ella recibirá lo que le pida. Regalos robados que empiezan con libros y siguen con discos y con perfumes y con ropa y con sujetadores: mucha, mucha ropa interior, porque Hamsum es mojigato y perverso, es el paradigma de la ideología pétrea: entre las grietas de la dura roca se cuelan contradicciones que lo atormentan. Las prebendas se desbordan durante años (años, sí), salvo periodos de ruptura en los que Sonia no puede más y abandona el cilicio de mensajes inquisitorios, espesos hasta el aburrimiento, intransigentes y mesiánicos.
La novela comienza como un thriller. El final, o lo que parece el final, va al principio: el mayordomo aparece muerto y hay que averiguar quién mató al mayordomo. Pero aquí no es tan sencillo. Los capítulos se suceden con vaivenes temporales que dan a la novela un orden que huye de la linealidad, siempre tan monótona (y tan confortable: romper el tiempo narrativo implica un riesgo que puede arrumbar una buena historia). De hecho, lo que parece el final no es el final: hay un momento (una página en concreto) en el que la historia entronca con el comienzo. Uno se da cuenta y es maravilloso observar cómo la arquitectura de la novela es más inesperada de lo que imaginaba. Un lenguaje certero, sin concesiones a la retórica literaria ni al estilo floreado, evitando la raya en los diálogos escritos en cursiva que se hilvanan con el texto, empujan al lector dentro de esa relación tóxica que envenena a los dos personajes.
Destaca sobre todo ese extraño tipo que es Knut Hamsum. La construcción del personaje es magistral, sus reflexiones ahogan por rígidas, sus preguntas son aviesas e intencionadas, leer las largas digresiones que escupe es leer desde los ojos de Sonia. Los primeros contactos son sugerentes, la incertidumbre es un halo misterioso que con los años se vuelve un camino oscuro que conduce hacia no se sabe dónde. En un momento de la novela se lee: “el foco de atracción radicaba justo en ese rechazo: el coqueteo con lo antagónico”. ¿Es posible mantener una relación como esa durante años, durante casi doscientas páginas? Sin entender muy bien cómo (esa es la razón de la literatura, no entender demasiado cómo obra el poder de la persuasión), uno se ve atrapado en la historia como si fuera un alter ego de Sonia, preguntándose qué haría si se viera envuelto en semejante laberinto.
Otra gran entrada, a pesar de alguna metáfora un poco desafortunada (¿"cilicio de mensajes inquisitorios..."?).
ResponderEliminarVaya, pues es mi parte favorita, diría yo. La del cilicio de mensajes inquisitorios...
ResponderEliminar