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miércoles, 6 de junio de 2018

Signaturas pendientes (7): Los últimos días de Adelaida García Morales (Elvira Navarro, 2016)

La realidad de la ficción, la verdad de las mentiras, la realidad inventada… La literatura está llena de títulos que se contradicen, que hacen referencia a una cosa y su contrario, de oxímoron que intentan resolver algo que a priori no puede resolverse: cómo diferenciar la tenue frontera que limita ficción y realidad en una obra literaria. Vargas Llosa, el ensayista más agudo a la hora de tratar de esclarecer este propósito imposible, lo expresó con elocuencia y originalidad: la literatura es como un striptease al revés, es decir, el novelista parte de un suceso personal y real y lo va vistiendo con los ropajes de la ficción hasta que la realidad queda desfigurada de la ficción. El argumento es inapelable, pero la tendencia manida en los últimos años a publicar novelas con el letrero de autoficción ha complicado el panorama hasta lo imposible, y en algunos casos hasta la extenuación. Los personajes ya no son inspiraciones sino que en muchos casos aparecen con sus nombres reales. Quizás Javier Cercas, en Soldados de SalaminaEl Impostor o El monarca de las sombras ha sido el que más polémicas ha despertado. Ahora es el propio novelista el que aparece con su nombre real, el que cuenta no sólo una historia, sino cómo se construye esa historia. La consabida dualidad entre autor y narrador es ahora más borrosa que nunca.

El tema es tan antiguo como la literatura. La novela histórica, por ejemplo, siempre ha estado en ese filo en el que hay que decidir qué hacer cuando se borra la historia con mayúsculas y continúa la historia con minúsculas. La Historia no deja de ser una tramoya de la trama, que es lo que de verdad importa. La frontera entre Historia y Literatura es otra vez una quimera. Si la Historia sale en busca de la veracidad, la Literatura lo hace en busca de la verosimilitud. Lo que es verdad frente a lo que tiene apariencia de verdadero. ¿Puede un lector distinguir entre ambas en una novela? ¿Ha de comprobar cada hecho, cada circunstancia, para poder distinguirlos? ¿Es lícito engañar al lector de ese modo o en eso radica precisamente la esencia de la literatura?

Cuando se narra sobre el Cid Campeador o sobre uno mismo, los límites los marca el tiempo pasado y la propia responsabilidad. El historiador acusará al novelista de falsario o fabulador, que es como acusar a un carpintero de usar un serrucho. En el otro caso, cuando uno mismo se expone e inventa sobre su persona, nadie puede acusarle de hacer un uso espurio de la escritura, pues al fin y al cabo es el mismo el que se expone y debe asumir las arremetidas de los adversarios (el citado Javier Cercas es un ejemplo). ¿Pero qué pasa cuando se fabula sobre una persona cercana o viva, y se usa incluso su nombre para dar más verosimilitud a lo que se está narrando?

En la contracubierta de Los últimos días de Adelaida García Morales se alude a que se trata de un “relato en clave de ficción”. Que es un relato está claro: la nouvelle apenas ocupa 82 páginas. Pero todo, o casi todo lo que rodea al libro, trata de desmentir la ficción: el nombre y fotografía de la protagonista en el título, un epílogo biográfico, unos testimonios radiofónicos, unos correos electrónicos que recibe la autora, unos créditos bibliográficos… Todo lo que rodea a la novela trata de desmentir la supuesta ficción que se pretende contar. La narración es, sin embargo, claramente literaria, basada en dos protagonistas de escaso desarrollo y que no están demasiado logrados: una concejala de Cultura y una realizadora que es trasunto claro de la propia Elvira Navarro, planteándose debates y conflictos éticos que le surgen a la hora de grabar un documental sobre Adelaida que no son sino las disquisiciones que se le planteaban a la propia autora. Y sobre todas las ramas sobrevuela Adelaida García Morales, un personaje real, una escritora que logró el éxito literario tan pronto como se desvaneció. Su marido entonces, Víctor Erice, llevó al cine su relato inédito El Sur, que la propia Adelaida publicaría luego en Anagrama, poco antes de ganar el Premio Herralde con El silencio delas sirenas. Luego vendrían más libros, y más silencio, y algún otro libro, y el silencio total. Y poco antes de la oscuridad el episodio del que arranca esta novela: Adelaida García Morales pidiendo en el Ayuntamiento de Dos Hermanas 50 euros para poder visitar a su hijo en Madrid.

Si leen la novela, para ser ecuánimes deben después leer el duro artículo que le dedica Víctor Erice, titulado, ustedes dirán si con acierto o no, Una vida robada.

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