Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
Francisco de Quevedo
Da vértigo pensar que cualquiera
que esté leyendo estas líneas ha leído más libros que Cervantes, más que
Montaigne, muchos más que Séneca e infinidad más que Aristóteles. La
acumulación de libros se equipara, muchas veces con poco tino, con la acumulación
de saber, con la inteligencia, con virtudes que poco tienen que ver con la
cantidad, como demuestran los ejemplos anteriores.
El libro de papel, su posesión, siempre ha
estado envuelto en un aura de prestigio que, si en ocasiones le beneficia, en
muchas le perjudica. No son pocos los lectores que ya no compran libros por
falta de espacio en sus estanterías, incapaces de deshacerse de los que ya
tienen y sustituirlos por otros nuevos. ¿Por qué nos cuesta tanto desprendernos
de un libro que no nos gusta o que ya no volveremos a leer? Las vías para el
desprendimiento (o el desapego, según los términos budistas tan en boga) son
infinitas: bookcrossing, donación, dejarlo en un banco, en los asientos de un
tren… El abaratamiento de los costes ha hecho que un libro de
bolsillo sea hoy más barato que una entrada de cine. Nadie exige, cuando sale
de ver una película, que le den una copia en DVD. Si acaso, si le ha fascinado,
se la comprará cuando se ponga a la venta. Sin embargo, si compramos un libro
parece que hacemos una inversión en la que ponemos el alma, si no nos gusta nos
lamentamos en exceso y, para colmo, lo almacenamos en la estantería. ¿Tiene esto algún sentido? No
pasa nada por deshacernos del libro sin remordimiento. Fue una promesa de
disfrute y no se cumplió, eso es todo. La próxima vez será. (También está el extremo opuesto: la compra compulsiva. Hay algo de
fetichismo en quien compra por el mero hecho de poseer un libro
que no va a leer nunca, aunque se autoengañe pensando lo contrario.)
Zaid cuenta con una prosa muy
rápida y de fácil lectura, sin zizgagueos excesivos ni lamentos de plañidera. Si la primera edición del libro se publicó en 1972,
las sucesivas ediciones se han ido actualizando, al menos, hasta el 2010. Las
reflexiones que nos deja son de un atrevimiento notable para un ecosistema como el literario: desacralizar el valor
del libro sino es como una herramienta para el disfrute y el deleite. ¿Por qué
muchas veces se es incapaz de abandonar un libro a pesar de que no nos gusta? ¿Qué
hace que uno se empeñe, contra toda motivación y a pesar del sacrificio, en terminar
un libro? Hay un dato revelador en el libro de Zaid: una persona que lea cuatro libros por semana, 200 al año, habrá leído 10.000 en medio siglo. O lo que es lo mismo, habrá dejado sin leer el 99.9 % de lo publicado. Es para pensárselo.
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