Se ha dado en llamar autoficción a esas narraciones en las que el autor habla de sí mismo y pone su nombre real. Al margen de que sean buenas o regulares, creíbles o desmesuradas, las novelas del yo siempre demuestran un valiente ejercicio de resistencia para vencer el pudor de escribir sobre lo que a uno le atormenta o le sucede, aunque los contornos sean inventados. Al fin y al cabo toda autobiografía es un recuerdo, y los recuerdos están adornados de ficción: nadie sabe lo que realmente ocurrió cuando lo rescata del pasado porque el pasado es permeable a lo que nos sucede en el presente. No existe la objetividad retrospectiva, si acaso solo como posibilidad de autoengaño. "A menudo, imaginar ha sido la única opción que he tenido para intentar comprender", reconoce la autora en una nota previa. ¿De qué otra forma pueden llenarse los puntos ciegos entre los recuerdos sino es con la imaginación de quien se atreve a volver la vista hacia atrás?
El Comensal se articula en torno a dos muertes: el secuestro del abuelo de la autora, asesinado por ETA en 1977, dispara la narración hacia esa otra que ocupa la mayor parte de la novela, primero en un hospital de Nueva York y al final en Madrid: "La muerte de mi madre resucitó la de mi abuelo paterno". Pero la diferencia entre las dos ausencias no son las páginas que ocupan en el libro, pues no importan la extensión o el relato: la diferencia es entre el pasado y el presente, entre las versiones que oíste contar de pequeña y las esperas en la habitación 1539 donde tu madre es tratada de cáncer. La realidad del asesinato del abuelo se documenta en las hemerotecas, los textos de los periódicos que se intercalan en los capítulos iniciales y finales acercan la novela al reportaje, al testimonio; la realidad de la enfermedad de su madre son los capítulos más densos, íntimos hasta la desnudez, a veces sentimentales y otras cerebrales: cómo va a entender lo que cuento nadie más que quien sufre y quien escribe.
La prosa es serena pero precisa como un escalpelo, a veces escarba hasta lo más hondo, se desprende de todo artificio para contar la verdad que está ocurriendo, sin eufemismos: unos encapuchados entran en la casa familiar, amordazan y esposan a los hijos y se llevan al padre de familia, Javier de Ybarra, que aparecerá unos días después con un tiro en la cabeza bajo la espesura cómplice de los pinos; la enfermedad de la madre se llama cáncer y no otra cosa; el dolor desarraigo y la esperanza es apenas una sombra que se aleja. No hay desencanto entre líneas, sí descubrimiento: "Antes de que a mi madre le diagnosticaran la enfermedad, yo no le prestaba demasiada atención a la muerte".
La obra fue finalista en 2018 del premio Man Booker Internacional. Gabriela Ybarra tenía apenas treinta años cuando la escribió. El comensal es su primera novela.
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