El asilo de Charenton fue la última prisión del tan popular como reprobado Marqués de Sade (Donatien-Alphonse de Sade, Paris, 1740- Charenton, 1814) quien pasó allí los últimos diez años de su vida. Este escritor de origen aristócrata y gran provocador, fue el autor de diversas novelas, obras de teatro y ensayos, en los que reflejó la violencia de los tiempos que le tocaron vivir. Conoció tres regímenes distintos: la monarquía de Luis XVI, la Revolución y el Terror y por último el imperio napoleónico y por todos ellos fue perseguido y encarcelado hasta el punto de que pasó entre rejas la mayor parte de su vida.
Escritor mediocre, alcanzó la fama por sus novelas, verdaderos catálogos de perversiones en las que el vicio triunfa con cinismo sobre la virtud y la violencia y el dolor marcan el camino del placer, de ahí el sadismo al que dio nombre.
Tanta procacidad chocaba con las mentes hipócritas y bien pensantes de los poderosos y de su propia familia (su suegra fue su más feroz enemiga, al contrario que su esposa, que le amó y le defendió contra todos hasta que tuvo que abandonarle para proteger a sus hijos) que procuraron mantenerle prisionero e incluso le condenaron a vivir entre locos por más que parece ser que siempre estuvo cuerdo.
Precisamente en el asilo de Charenton se desarrolla la trama de Quills (término inglés para las plumas de ganso, el instrumento de escritura que se usaba en el siglo XVIII), donde encontramos al marqués (Geoffrey Rush) cómodamente aposentado en una amplia y lujosa celda que costea su familia y donde se dedica a escribir tanto obras de teatro para ser representadas por los alienados como, a escondidas, la célebre y escandalosa novela Justine o los infortunios de la virtud, cuyas páginas hace llegar clandestinamente a su editor con la ayuda de una joven y hermosa lavandera del asilo, Madeleine (Kate Winslet). La muchacha está absolutamente fascinada por Sade y no escatima esfuerzos para ayudarle, si bien no cae nunca en sus redes a pesar de los intentos del marqués por seducirla.
El director del manicomio es el Abate Coulmier (Joaquín Phoenix) un joven de carácter bondadoso ajeno a toda brutalidad, que cree firmemente en los métodos de carácter humanitario para tratar las manías de los internos y que en sus ratos libres enseña a leer y escribir a Madeleine. El abate desconoce no sólo que Sade está abusando de su confianza al publicar sus obscenos escritos (le había prometido no hacerlo a cambio de permitirle escribir a modo de terapia) sino que Maddie es su cómplice. Para la joven esas historias perversas son una puerta de escape a la sordidez y la miseria que la rodean; inmersa en esas fantasías puede ser una malvada asesina o una prostituta y permitirse luego ser una buena persona en la vida real.
Mientras el marqués juega con Coulmier burlándose de sus buenas intenciones y de su fe y le incita a aprovecharse de Madeleine (“para conocer la virtud hay que familiarizarse con el vicio, así conoceremos todas las dimensiones del hombre”), en la calle la marea del escándalo crece hasta llegar a los pies del trono: Justine es un éxito de masas y cuando Napoleón comprueba por sí mismo la brutal irreverencia y las depravaciones que llenan las páginas de la novela se escandaliza de tal modo que manda fusilar a Sade. Sin embargo, sus consejeros le disuaden aconsejándole que es mejor que intente "curarle" de su locura y así no pasar por un tirano. Napoleón decide entonces mandar a un experto alienista de renombre a Charenton para que trate al marqués y ponga orden en el asilo. El doctor Royer-Collard (Michael Caine) resulta ser la antítesis de Coulmier, cree que los locos son una equivocación de Dios y sus métodos radicales y violentos están más cerca de la tortura que de la medicina. Su llegada al asilo y su empeño en domesticar al cada vez más rebelde e irreverente Sade, que se divierte peligrosamente ridiculizándole en cuanto tiene ocasión, van a dar un temible giro a los acontecimientos poniendo en peligro tanto la supervivencia del asilo como la suerte de los que viven en él.
La película Quills se basa en la obra del mismo título de Doug Wright a partir de un guion del propio autor inspirado libremente en lo poco que se sabe de los últimos años de vida de Sade.
La dirección de Philip Kaufman destaca sobre todo por lo que es capaz de sacar de sus actores,
entre cuyos secundarios se encuentra un grupo teatral de discapacitados. En cuanto a los principales, indicar que Geoffrey Rush fue nominado a los Bafta, los Globos de Oro y al Oscar como actor principal por su interpretación del iconoclasta marqués, un cuerdo demasiado loco, rebelde hasta el delirio que, en su afán por defender su derecho a expresarse libremente llega a utilizar su propia sangre como tinta y sus ropas como papel. Con un personaje tan extremo como éste hubiera sido fácil caer en el histrionismo, pero no Rush, quien demuestra su gran categoría de actor enriqueciéndolo con toda clase de matices. Su némesis es el doctor Royer-Collard, brazo político del régimen, censor hipócrita y vil, al que Michael Caine interpreta con muy meritorio oficio.
Por último, la deliciosa pareja formada por Madeleine, a la que Kate Winslet dota de una acertada mezcla de natural picardía e inocencia y el Abate Coulmier, en una genial creación de Joaquín Phoenix, idealista, gazmoño y santurrón a veces, siempre en lucha consigo mismo para no sucumbir a sus pasiones.
En suma, una interesante película que despertó diversidad de opiniones en crítica y público, pues fue tan apreciada como denostada en su estreno y que, apoyándose en la figura del controvertido Sade, se posiciona radicalmente en favor de la libertad de expresión.
Tráiler: YouTube
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