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miércoles, 5 de junio de 2019

Signaturas pendientes (11): Cambiar de idea (Aixa de la Cruz, 2019)

El caso es que leí el nombre de Aixa de la Cruz hace bastante tiempo, en una de esas recopilaciones de narradores con títulos variados: jóvenes, con perspectivas, a los que hay que seguir, menores de cuarenta años… cosas así. A muchos los leí, y los sigo leyendo y aplaudiendo. Otros, como Aixa, no me llegaron a encandilar del todo. No sé por qué, o quizá si lo sé pero no lo quiero reconocer porque ahora me siento culpable de haberme dejado llevar por las apariencias. Me explico. La fotografía que promociona a Aixa de la Cruz casi siempre es la de una joven con apariencia aniñada que posa con una sonrisa inocente. Tendría, cuando se tomaron las fotografías, poco más de dieciocho años. Luego hay otras, claro, pero creo que aquella imagen me llevó a una pregunta intolerable que ni siquiera comprobé: ¿serían sus novelas el retrato manido de una adolescente atormentada a la que sus padres y amigos no comprenden?

Y así pasaron los años hasta que un libro recién publicado se repite en las críticas y reseñas: Cambiar de idea pasa de mano en mano como la pólvora y me digo que llegó la hora de leer a esta autora. Y el puñetazo en el estómago es de tal calibre que me arrepiento más aún de no haberla leído antes.

Cambiar de idea (el título me parece equívoco, es quizás la única pega que tengo) es la confesión de una mujer que llega a la treintena y con enfado y una prosa muy sincera se cuestiona qué significa ser mujer ahora, con las reivindicaciones feministas que han sacudido los cimientos de la identidad femenina. Y lo hace sin apriorismos, sin tópicos manidos, de un modo firme y sin contemplaciones. Si el libro comienza como un manual de autoficción poco a poco deriva hasta el ensayo, basado en testimonios personales, para autopsiar la relación de las mujeres con la violencia. Lo cuenta sin pudor, arrancándose la piel y desde perspectivas muy elocuentes: Aixa, que ha mantenido relaciones con hombres y mujeres, vive la contrariedad de ser víctima y a la vez culpable de situaciones humillantes. El planteamiento se desenvuelve con preguntas que increpan a quien lee, sin contemplaciones ni florituras que hagan el relato más digerible.

Otra vez volvemos a la autoficción, a la verosimilitud del relato de una vida. Miro en internet y descubro que algún suplemento cultural ha incluido el libro en el apartado de ensayo (¡de ensayo!). Otros no saben cómo tratarlo. Qué razón tenía Cercas cuando dijo que la novela es un género bastardo. En una entrevista al poco de aparecer la novela (¡novela!) dice la autora: “Una amiga mía dice que este libro no es autoficción, que es autoensayo. Me parece bien: el plan era exponer la experiencia personal y convertirla en pensamiento”. Dicho queda.

(Por cierto: en el reportaje mencionado la imagen ya es otra. Comparo ambas fotografías y me doy cuenta de que la mirada y la sonrisa son ahora las de otra mujer. Las miro y me digo: ay, por qué no llegué antes. Y el remordimiento se agrieta y me consuelo con la certeza de que he llegado para quedarme.)

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