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miércoles, 6 de noviembre de 2019

Esa gente rara que escribe (5): ¿A quién leemos cuando leemos un libro traducido?

Estaba pensando cómo empezar esta entrada y me he acordado de la famosa boutade de Borges y El Quijote. La cosa es como sigue: en 1970 Borges publica su autobiografía, dictada en inglés a su colaborador y traductor, y hablando de sus lecturas de infancia, dice: “Todos los libros que acabo de mencionar los leí en inglés. Cuando más tarde leí Don Quijote en versión original, me pareció una mala traducción. Todavía recuerdo aquellos volúmenes (…) de la edición de Garnier (…); considero que ése es el verdadero Quijote”. Este asunto casi siempre sale a colación cuando se reavivan las polémicas sobre las traducciones. Es una anécdota socorrida que siempre queda bien, la verdad. Ser original todo el tiempo es muy fatigoso. Me viene ahora a la cabeza el entuerto y desaguisado cervantino que se lio con Pérez-Reverte y un artículo que tituló, muy castellanamente: Sobre Borges y sobre gilipollas.

La pregunta es: ¿Estaba leyendo Borges a Cervantes? ¿Cuando leemos un libro traducido, estamos leyendo realmente al autor? A ver, la historia, la trama, los personajes y otros ingredientes son fruto de la invención del autor, eso está claro. Podemos convenir que el fondo es del autor. Pero, ¿y la forma? ¿Hasta qué punto se condicionan forma y fondo? En puridad, el texto que se lee en una obra traducida no es propiamente el que ha escrito el autor. Ese texto es otro. ¿Otro? Sí, otro. Entonces, ¿a quién leemos?

Puede que más de uno se haya caído del caballo con semejante obviedad. Imagino a algún lector (improbable) de estas líneas agitando las manos al viento: “¡pero qué dice este, ahora va a resultar que no he leído a Poe, ni a Dumas, ni a Tolstoi!”. Partiendo de la premisa (también improbable) de que ese alguien haya leído a todos esos autores, lamento comunicarle que no, no ha leído su prosa a no ser que lo haya hecho en ediciones originales. Y no sé, pero si para la mayoría de lectores saber inglés, ruso o francés es complicado, podemos concluir que nuestro airado lector no se enteraría demasiado leyendo las obras originales. Cierro este párrafo con una afirmación categórica: los traductores, desde aquello de la Torre de Babel que inauguró su profesión, son necesarios. O traductor o Dickens, o traductora o Flaubert. Es así. No hay más. (Otra cuestión es si aquí en España traducimos demasiado o no. Me apunto el tema para otro día.) 

Que no cunda el pánico. Puede que nuestro culto y resabiado (pero monolingüe) lector no haya leído exactamente a esos autores en su lengua original, pero se habrá aproximado. ¿Cuánto? Pues eso depende de las traducciones que haya manejado y de la pericia del traductor. Aunque tengo la impresión de que esto no le servirá de consuelo a nuestro irritado lector, incluso lo enoje más, porque las traducciones evolucionan. Y mucho. Y un día, de pronto, aparecerá la más fiel y directa traducción de Shakespeare y se quedará pensando qué leí yo hace años, antes de que me venciera el sueño en una noche de verano. 

Quiero hacer una prueba empírica. Me acerco a los estantes de la biblioteca y pienso en dos o tres ediciones de una obra traducida, con un comienzo sonoro y musical y, sobre todo, conocido. Como Moby Dick no me va a dar para mucha glosa (Llamadme Ismael), me decanto por La metamorfosis, de Kafka. (¿La metamorfosis? No quiero hacer spoiler, avanzad un poco y descubrirán el porqué del interrogante.) Tomo muestras, cual entomólogo literario, de tres editoriales de prestigio. Vamos a verlas:

  - Alianza Editorial, 2011. “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto”. Gregorio durmió mal y se despierta convertido en un monstruoso insecto.

  - Akal, 2009. “Cuando una mañana Gregor Samsa se despertó de un sueño lleno de pesadillas se encontró en su cama convertido en un bicho enorme”. Gregor, que no Gregorio, tuvo ¿pesadillas? y se convirtió en un ¿bicho enorme? ¿De dónde sale el tamaño del supuesto bicho? ¿Es una interpretación diferente de lo que otros traducen por monstruoso? ¿Y por qué no hay ninguna coma en esta primera oración? Todo son preguntas.

  - Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Obras completas, tomo III, 2003. La transformación, páginas 85-141. “Cuando, una mañana, Gregor Samsa se despertó de unos sueños agitados, se encontró en su cama convertido en un monstruoso bicho”. Gregor se despierta tras unos sueños, que no sueño, agitados. Se repite bicho, no insecto. ¿Qué es exactamente un bicho? 
Cualquiera conviene que la idea de los textos, en general, está clara y coincide más o menos. Pero, ¿cuál de ellos se aproxima más a lo escrito por Kafka? De entre las muchas traducciones al castellano y las decenas a otros idiomas que habrá, ¿quién es el Kafka original? La repuesta parece obvia: ninguno. Solamente el manuscrito original es Kafka. 

No se vayan todavía que aún hay más. He dejado la guinda para el final: el spoiler del que hablaba antes. Los lectores más atentos se habrán dado cuenta de que en la edición de Galaxia Gutenberg se refiere al relato como La transformación. Esta edición considera que el original publicado en vida por Kafka, que llevaba por título Die Verwandlung, es equivalente en castellano a “cambio”, “transformación”. Y no les falta razón, pero a ver quién se refiere ahora a la obra como La transformación y saber de qué estamos hablando. Y es que si a traducción sumamos tradición el cóctel es impredecible. 

Hay que terminar. Me voy a internet para ver de dónde viene esto de La metamorfosis y La transformación y compruebo que el tema ha dado, y sigue dando, mucho de sí. Encuentro sin querer un artículo publicado en El País del 3 de julio de 1983 titulado Un sueño eterno. Allí se dice: “Yo traduje el libro de cuentos cuyo primer título es La trasformación y nunca supe por qué a todos les dio por ponerle La metamorfosis. Es un disparate, yo no sé a quién se le ocurrió traducir así esa palabra del más sencillo alemán. Cuando trabajé con la obra el editor insistió en dejarla así porque ya se había hecho famosa y se la vinculaba a Kafka”. Qué enorme sorpresa descubrir quién es el autor del texto… Es Borges. ¿No es fantástico? Con esto cierro el círculo y termino. Hasta la próxima.

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