Recordar los primeros años 90 en España es volver a la turbulenta época del último gobierno de Felipe González. Los españoles pasamos entonces del optimismo provocado por las olimpíadas y la exposición universal a la pesadilla de descubrir lo que ocultaban las llamadas cloacas del estado: detrás de la lucha contra el terrorismo existía toda una tramoya en la que ciertos defensores de la democracia se confundían con prevaricadores sin escrúpulos.
En este ambiente corrupto se movía como pez en el agua el protagonista de nuestra película, El hombre de las mil caras, un retrato más o menos fiel de Francisco Paesa, “el hombre que engañó a todo un país”.
El piloto Jesús Camoes, amigo y cómplice de Paesa, mediante su voz en off, ejercerá de guía por los meandros del complicado enredo que se irá desarrollando ante los ojos del perplejo espectador provocándole un sinfín de emociones: indignación, vergüenza ajena y, a ratos, también, la risa floja.
Paesa se nos revelará como un personaje turbio: espía, confidente, intermediario en infinidad de operaciones secretas que implicaban a gobiernos, entre ellos el español. Participó en la famosa Operación Sokoa (1986) contra ETA, a la que suministraron misiles rusos con localizador, lo que permitió encontrar su arsenal y desmantelar el sistema de extorsión a los empresarios vascos, dando un importantísimo impulso a la lucha contra el terrorismo. Sin embargo, lo de Sokoa no terminó bien para él ya que fue traicionado, se le relacionó con los GAL y acabó perdiéndolo todo.
Sorpresivamente, en 1993 sus servicios son requeridos de nuevo por alguien vinculado al estado español, ni más ni menos que el Director de la Guardia Civil, Luis Roldán, quien está a punto de ver arruinada su fulgurante carrera (era un ministrable), a causa de un escándalo a punto de estallar en Diario 16: la existencia de su fortuna, acumulada a costa, principalmente, de la apropiación de fondos reservados y de los sobornos de empresas constructoras que realizaban obras para la Guardia Civil.
Aterrorizado ante lo que se le viene encima, Roldán, aconsejado por su mujer acude a Paesa para que le salve el pellejo y ponga a salvo el botín de mil quinientos millones de pesetas que ha defraudado. Paesa, que de repente ve su oportunidad para sacar tajada y de paso devolver los agravios recibidos del gobierno, acepta, a cambio del pago de una suculenta cantidad (“Nadie dijo que hacerse rico fuera barato”) preparar la huida del matrimonio a París y transferir en primer lugar el dinero a su cuenta personal en un banco de Singapur para blanquearlo y evitar que sea rastreado.
La fuga de Roldán desencadenará la dimisión del Ministro del Interior, Antonio Asunción y convertirá en tres meses al ex director de la Guardia Civil en objetivo global de las fuerzas de seguridad, quienes le buscarán por catorce países sin ser capaces de localizarle.
Roldán, mantenido por Paesa en un régimen de rigurosísimo aislamiento que irá minando su maltrecha moral, acabará por pedirle que negocie en las mejores condiciones su vuelta a España.
Mientras tanto, Juan Alberto Belloch, el nuevo superministro de Justicia e Interior y uno de los personajes más poderosos del gobierno español en esos momentos, deseoso de resolver el caso Roldán que le trae de cabeza y ha sumido en el ridículo al gabinete, contacta por su cuenta con Paesa para que negocie por trescientos millones de pesetas la entrega del fugado. Por supuesto este acepta y empieza a mover los hilos de esta rocambolesca intriga a dos bandas…
El hombre de las mil caras, basada en el libro de Manuel Cerdán, es una buena película de espías, un género poco frecuente en el cine español, que nos refresca la memoria sobre uno de los episodios más negros y vergonzosos de nuestra historia reciente en forma de thriller con tintes políticos y toques de ironía.
Implacable el retrato de los personajes protagonistas de la trama, principalmente Paesa, el líder de este enredo que va siempre un paso o dos por delante de los demás. Un pillo redomado en la mejor tradición de los pícaros y timadores de toda la vida, pero en grande. El contrapunto lo pone Luis Roldán, el arribista sin escrúpulos, que dinamita su fulgurante carrera en la política por culpa de sus errores y que se nos muestra como un ser débil, tan arrogante como ridículo, que excusa sus latrocinios y su falta de dignidad de la forma más peregrina (“Yo no soy un criminal. Lo que hice lo hace todo el mundo”) acorde con el ambiente que le rodeaba. En cuanto a los otros caracteres que les acompañan resultan a cuál más grotesco en sus manejos, trapacerías, ambiciones y miserias. Lo peor de la sociedad, aunque se muevan entre las altas esferas y, lamentablemente, sólo un anticipo de lo que nos quedaba por sufrir.
Interpretaciones magníficas, sobre todo la de Eduard Fernández como Paesa, demostrando una vez más su versatilidad, acompañado también a un excelente nivel por José Coronado (Camoes), Carlos Santos (Roldán), Marta Etura (su esposa) y Emilio Gutiérrez Caba (el agente secreto) en los principales papeles.
Realzan el estupendo trabajo del director Alberto Rodríguez y de todo el equipo la trepidante banda sonora y la estupenda fotografía, con el detalle anecdótico de que unos cuantos planos se rodaron en el campus de Cantoblanco, a los efectos Ginebra cubierta por la nieve… artificial pues se tomaron en pleno verano.
Tanto y tan buen hacer ha conseguido que esta cinta sea una de las más premiadas del cine español: 11 nominaciones a los Goya 2017, Goya al mejor actor revelación a Carlos Santos (Luis Roldán) y Goya al mejor guion adaptado a Alberto Rodríguez y Rafael Cobos; Concha de Plata al Mejor Actor Festival de San Sebastián 2016 a Eduard Fernández (Francisco Paesa) y Premio Feroz Zinemaldia a la mejor película, entre otros.
Imagen: Filmaffinity
Tráiler: YouTube
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