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jueves, 20 de febrero de 2020

Esa gente rara que escribe (7): ¿Para qué sirve una novela?

Hace bastantes años (aún lo recuerdo porque me ha hecho reflexionar mucho sobre el tema), un amigo me comentó que él no leía novelas porque sólo leía libros que le enseñaran algo. Se refería al conocimiento científico, verídico y objetivo, en fin, a libros que trataran de la realidad, que fueran verdad. Entendí que para él todo lo que se cuenta en las novelas era mentira (y tenía razón), y sentía que le estaban engañando o engatusando con cosas que no aportaban ningún conocimiento. Y me añadió un caso concreto, diciéndome: “Sabes que a mí me gustan los libros de psicología, pues voy y me leo un libro de psicología. O de autoayuda, que también me gustan. No entiendo de qué otra forma se puede conocer lo que pensamos o lo que hacemos si no es leyendo a alguien que conoce la materia de la que habla”. Tiempo después leí una entrevista a Javier Cercas en la que le preguntaban si leía libros de autoayuda. Respondió: “Una buena novela es el mejor libro de autoayuda”. En una carpeta, desde hace años, guardo fotocopiadas las primeras páginas del libro La verdad de las mentiras, de Vargas Llosa, que habré leído seguro más de una decena de veces. Es quizás el alegato más sincero y mejor contado sobre lo que supone leer ficción y lo que sucede en la cabeza de un lector cuando se sumerge sin salvavidas en ese enorme océano que es una gran novela. 

Si tuviera a mi amigo delante (le perdí la pista), me hubiera gustado decirle que ninguno de los libros de psicología que leía podía hacerle sentir que era él quien estaba viviendo lo que se contaba. Esta capacidad de extrañamiento, de salirte de ti mismo para vivir vicariamente lo que te están contando, es lo que vive un lector cuando ha dejado de ver las palabras de un libro para vivirlo, cuando el tiempo queda en suspenso y los sucesos que se narran te pasan a ti. Conseguir que un lector sienta algo así está al alcance de muy pocos novelistas, pero cuando sales de una experiencia como esa sabes que has vivido más, que has aprendido más, de lo que se cuenta en un manual. Los manuales son necesarios y están muy bien, pero llega el momento en que hay que enfrentarlos con los sucesos personales, tan subjetivos y contradictorios como las propias personas que los padecen. Y lo que se vive, lo que se siente o lo que emociona solo puede ser comprendido cuando alguien te lo cuenta o lo vives tú mismo. Siendo puristas, el hecho de que sea verdad o mentira influye poco en la capacidad del receptor para empatizar con quien nos cuenta una historia. 

Quizás el mejor ejemplo de lo que supone la impostura de la realidad cuando alguien nos cuenta una vivencia personal sea la novela El impostor, de Javier Cercas, donde se narra el engaño que mantuvo durante años Enric Marco, un superviviente de los campos de concentración nazis. Después de multitud de charlas en colegios, de cientos de entrevista y de presidir la asociación Amical de Mauthausen se descubrió que todo era mentira. Tras la publicación de la novela se desataron discusiones muy acaloradas sobre la ética y la moral. Aquí no caben tales digresiones. Lo que hizo es indecente, no cabe duda, pero sin quererlo ese impostor fue la personalización de la literatura. ¿Hubiera cambiado algo si no se hubiese descubierto el engaño? ¿Acaso no sintieron quienes escuchaban al falso cautivo que lo que les contaba era real? Eso es, exactamente, lo que supone la literatura. Y aunque partimos de una declaración de intenciones que nos dice que lo que vamos a leer es mentira, si el narrador es hábil llegarán las páginas en las que lo viviremos como verdad, o al menos nuestra verdad. 

El caso más sorprendente que me he encontrado en los últimos tiempos para explicar lo que os cuento es Feliz final, de Isaac Rosa. ¿Cuántos libros se habrán escrito sobre relaciones de pareja que se rompen? Muchísimos, centenares, miles. Libros de psicólogos, de experiencias personales, de autoayuda, de coach, y todos desde los más variopintos puntos de vista, desde el más científico al más frívolo. Y sin embargo creo que ningún libro podrá revelar y descifrar con tanta verdad lo que supone una ruptura de pareja hoy en día como esta novela. No voy a extenderme más porque me reservo el libro para una futura entrada de la campaña Signaturas pendientes. Tan solo anticipo que, escrito a dos voces, él y ella, nunca he visto reflejado con tanta precisión lo que se quiso decir y no se dijo cuando una relación sentimental se termina. No hay planteamiento, nudo y desenlace, solo hay palabras que te empujan a seguir leyendo, que te describen, que te producen escalofríos y que te harán convencerte, estoy seguro, de toda la verdad y el conocimiento que guarda una obra de ficción.


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