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miércoles, 14 de octubre de 2020

Signaturas pendientes (15): Los girasoles ciegos (Alberto Méndez, 2004)

Fue hace unos días, escuchando la radio, cuando comenzaron en realidad a escribirse estas líneas. Era uno de esos programas de radio matinales, larguísimos, que a veces reservan una parte de su tiempo para hablar de libros con un tono de melancolía que nos recuerda que ese tiempo lector, en el que la literatura aún importaba, ya no volverá. No prestaba demasiada atención cuando el locutor abrió la antena para que los oyentes recomendaran los libros que más les habían gustado, o los más importantes de sus vidas, o una fórmula similar. De pronto un oyente, inspirado por un silencio metafísico, dijo: a mi solo me interesan los libros que me revuelven por dentro. Entonces me pregunté qué quería decir exactamente eso de me revuelven por dentro, si se refería a esos libros que te dan un puñetazo en el estómago, los que te despiertan de un bofetón en la cara, los que te encogen el alma. Y entre tanta metáfora violenta me pregunté cuál había sido el libro que más me había sacudido por dentro. Y surgió Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez.

Los cuatro relatos que forman la novela son cuatro derrotas, pues así se encabeza cada uno de ellos, como una derrota. Y cada derrota cuenta, con una amargura serena y una prosa tan delicada como hiriente, cuatro episodios que transcurren en la inmediata posguerra. En la Primera derrota el capitán Alegría, intendente del ejército franquista, decide rendirse poco antes de la caída de Madrid y cruzar las líneas del frente para entregarse al ejército que será derrotado en pocos días. Ante la acusación de traición y los cargos por desertor, el capitán Alegría responde con una verdad inasumible para aquellos que lo juzgan: soy un rendido. La Segunda derrota transcribe un manuscrito encontrado junto a los cuerpos sin vida de un adulto y un niño de pecho. En una cueva, camino del exilio, un joven sujeta el cuerpo inerte de su mujer. Acaba de morir en el parto. El niño que guardaba en sus entrañas ha sobrevivido. En un cuaderno de hule el joven describe la desolación de no tener aliento ni para mantener con vida el pequeño cuerpo que se encoge junto a él. Cuando el oyente que inspiró estas líneas dijo lo de sacudir por dentro fue este relato el que me vino a la memoria casi como un resorte. En la Tercera derrota el profesor de chelo Juan Senra se enfrenta al tribunal que ha de decidir mantenerlo con vida o despertarlo al alba y meterlo en un camión rumbo a la tapia del cementerio. Como una Sherezade famélica y llena de mugre, Senra le cuenta al coronel Eymar, presidente de ese sanedrín vengativo y rencoroso, cómo conoció al único hijo del coronel, fusilado en la cárcel de Porlier. Cada día Senra fabula una historia para no ser condenado, hasta que el asco y la falta de fuerzas lo llevan a hacer justicia con su propia vida. En la Cuarta derrota una mujer, viuda y madre de un niño, sufre los delirios de un diácono atormentado por el deseo sexual que siente hacia ella. Narrado a tres voces (las cartas del diácono a su reverendo padre, los recuerdos del niño y un narrador omnisciente que sostiene la historia), el relato nos cuenta cómo fueron aquellos días que terminaron descubriendo un secreto que no logró permanecer oculto al fanatismo.

Alberto Méndez publicó el libro el mismo año que falleció, en 2004. Uno se pregunta por qué esperó tanto para escribir, o si escribió pero no quiso publicar, o si se pasó toda la vida dando vueltas a lo que iba a escribir, como el poeta que nunca encuentra el verso perfecto para terminar un poema. Parece como si cada relato hubiera sido esculpido en piedra, una piedra pulida hasta la obsesión, hasta que no cabe ni sobra una palabra más. Una piedra que duele, duele mucho.

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