En su vida, Tomás y Valiente desempeñó diferentes funciones. En la academia, ocupó la cátedra de Historia del derecho en las Universidades de La Laguna, Salamanca, y Autónoma de Madrid. En el ámbito judicial, fue magistrado en el Tribunal Constitucional y su presidente entre 1986 y 1992. En la Política, consejero del Estado. Y como ciudadano crítico con su tiempo y comprometido con los valores que profesaba, fue periodista ocasional y conferenciante siempre. Esa diversidad de tareas, sin embargo, nunca ocultó aquel que fue su oficio por vocación: el de historiador.
Su reflexión y su pluma discurrieron sobre diversos temas “propuestos o impuestos por las circunstancias de [su] formación y/o de [su] preparación”, pero el núcleo de sus inquietudes se ha ceñido a cuatro temas: Universidad e Historia, Estado y Constitución. La reflexión histórica es, sin embargo, una marca de su pensamiento pues, para él, “al historiador del derecho le corresponde una intervención importante: la de aportar, para el entendimiento y la superación de nuestro mundo presente, su experiencia jurídica del pasado.” La historia, dirá, sirve para criticar el presente y preparar el futuro. El periodo en que actuó como magistrado en el Tribunal Constitucional le estimuló la reflexión acerca de la historia del constitucionalismo. De ésta, y especialmente en la etapa de la redemocratización, le interesó la defensa del Estado de Derecho inaugurado con la Constitución de 1978.
Tomás y Valiente fue académico de número de la Real Academia de Historia. En 1991, recibió el Premio Nacional de Historia por su libro La era isabelina y el sexenio revolucionario, y en el año siguiente, fue galardonado con la Gran Cruz de la Orden de Carlos III. En 1995, la Universidad de Salamanca de concedió el título de doctor Honoris Causas.
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