"Entonces su mirada se posó en el jarrón azul que tenía ante él, encima del escritorio. Estaba vacío, por primera vez desde hacía años estaba vacío en el día de su cumpleaños, y se asustó: fue como si, de repente, se hubiese abierto una puerta invisible y un golpe de aire frío hubiera penetrado desde el más allá en su tranquila habitación. Sintió a la muerte y sintió un amor inmortal: algo le atravesó el alma y pensó en aquella mujer invisible, etérea y apasionada como el recuerdo de una lejana melodía."
Y esa lejana melodía, se me antoja que bien podrían ser las notas del aria Lascia ch'io pianga. Händel pone la música, Giacomo Rossi, la letra y el contratenor Alfred Deller, la voz. Dice así:
Lascia ch'io pianga / Deja que llore
mia cruda sorte, / mi cruel suerte,
e che sospiri / y que suspire
la libertà; / por la libertad;
e che sospiri... / y que suspire...
e che sospiri... / y que suspire...
la libertà. / por la libertad.
Il duolo infranga / Que el dolor quiebre
queste ritorte / estas cadenas
de' miei martiri / de mis martirios
sol per pietà; / sólo por piedad;
de' miei martiri / de mis martirios
sol per pietà. / sólo por piedad.
En cada nota puedo imaginar a la doliente enamorada del amor escribiendo con precipitada caligrafía un folio tras otro de su larga carta dirigida al escritor al que cree amar. Veinticinco hojas que resumen la historia de una vida echada a perder por un amor construido solo en la imaginación. Creo que fue en una película donde escuché a uno de sus personajes decir algo así como que "las ilusiones son peligrosas, no tienen defectos". Esta frase resume la vida de la autora de la carta: hizo de una ilusión el único motor de su vida y de su desdicha. Ella lo narra a modo de carta en unos cuantos folios. Demasiados para una carta, muy pocos, para el relato de una vida.
La historia comienza cuando ella, aún adolescente, se entera de que próximamente un nuevo vecino ocupará el piso de enfrente. Deja volar su fantasía, pero la realidad le sorprende superando sus expectativas: quien llega es un joven distinguido, elegante, aparentemente adinerado... A partir de aquí, su mente creativa se desboca.
Mientras tanto, él ni se ha dado cuenta de su existencia. Cuando ella alcanza la juventud, bella y hermosa, hace que un encuentro fingido como casual, termine entre sábanas. Para él solo fue una más. Para ella, su más absoluto amor, además de padre de su hijo... El final no es un final feliz. Es el peor final de las historias que terminan mal.
Stefan Zweig tenía 41 años cuando publicó Carta de una desconocida, corría el año 1922. Aún vivía en Viena y escribía sus manuscritos con tinta violeta. Estaba casado y tenía dos hijas. En 1934 lo dejó todo: mujer, hijas, casa, biblioteca... y su tinta violeta. Londres, Bath, Petrópolis fueron destinos que recorrió con su segunda esposa, Lotte Altman. En febrero de 1942, cuando creyeron que no podían soportar más el devenir de los acontecimientos políticos del entorno, la pareja se vistió de domingo, se sobredosificó de somníferos y se tumbó en la cama, hasta que las tres hilanderas, diosas del destino, cortaron sus hilos...
Imagen de la cubierta: Acantilado
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