Aunque hayan transcurrido 156 años desde la muerte de Abraham Lincoln (Hodgenville, Kentucky, 12 de febrero de 1809-Washington D. C., 15 de abril de 1865), la figura de este estadista, uno de los más importantes y carismáticos que ha existido a nivel mundial, sigue atrayendo la atención de los eruditos y del público en general. Pero, como suele ocurrir, aunque a veces pensemos que lo sabemos todo sobre esta clase de personajes en realidad no es así.
En el caso concreto de Lincoln, es paradójico el desconocimiento de muchos detalles alrededor de su muerte, acaecida por un disparo ejecutado por un actor de segunda fila y furibundo secesionista, llamado John Wilkes Booth mientras contemplaba una obra de teatro en el palco presidencial del Teatro Ford en Washington.
Como muestra de la curiosidad que, por otra parte, despierta el magnicidio, un verdadero trauma nacional en su época, mencionaremos que hace unas pocas semanas Discovery Channel estrenó un documental titulado Lincoln inédito, en el que se especula con la posibilidad de que una fotografía recientemente encontrada de mediados del XIX, pudiera corresponder a Lincoln en su lecho de muerte. De hecho, no hace mucho, también aparecieron otras fotografías que se han identificado como tomadas en la habitación en que murió, tal y como quedó cuando se lo llevaron a enterrar.
En realidad, apenas se ha divulgado, incluso entre el público americano, que el asesinato de Lincoln no estaba previsto que fuese un hecho aislado, sino que se pretendía acabar al mismo tiempo con todo su gabinete para sembrar el caos en el país cuando la derrota del Sur estaba clara y era cuestión de días el fin de la guerra de Secesión. Por tanto, el plan para matar al presidente era parte de una conjura mucho más ambiciosa en la que intervinieron varias personas.
La conspiración trata de reflejar los hechos acaecidos desde el momento en que Lincoln muere, centrándose en la posterior persecución de los implicados, su juicio y condena.
Así pues, la noche del 14 de abril de 1865, Abraham Lincoln (Gerald Bestrom) decide acudir con su esposa Mary (Marshell Canney) y una pareja invitada a ver una obra en el Teatro Ford de Washington.
El ambiente en las calles es de gran animación, ya que, con la inminente rendición del general sudista Robert E. Lee, se ve venir el fin de la Guerra de Secesión que durante cuatro años ha dividido el país entre el bando nordista (republicano y contrario a la economía esclavista) y el sudista (demócrata y partidario de la esclavitud) bañándolo en sangre. El triunfo del norte sobre el sur es, sobre todo, un triunfo de Abraham Lincoln, empeñado en acabar con la lacra de la esclavitud y modernizar el país.
Mientras el presidente contempla la obra de teatro accede al palco un actor muy conocido, habitual en las obras representadas allí, John Wilkes Booth (Toby Kebbell). Este, fanático sudista, dispara por detrás a Lincoln, incrustándole una bala en la nuca. El presidente cae hacia adelante en su asiento y Booth salta por encima del palco hacia el escenario, mientras grita Sic Semper tyrannis (Así siempre con los tiranos), lema del estado sureño de Virgina y, al mismo tiempo, una alusión clara e insultante a Lincoln. Aunque se rompe el tobillo al caer mal, consigue huir al galope apoyado por un secuaz, iniciando una escapada que terminará doce días después en una granja de Virginia, donde es ejecutado por uno de los soldados que le perseguían de un disparo por la espalda.
La feroz persecución del asesino del presidente (pues Lincoln muere al día siguiente sin haber recobrado el conocimiento) da como fruto no sólo la muerte de Booth, sino el apresamiento de sus cómplices.
La conspiración nos relata cómo un grupo de al menos ocho personas son detenidas como sospechosos de haber colaborado no sólo en el magnicidio sino también en el intento de asesinato del secretario de Estado, William H. Seward y del vicepresidente Andrew Johnson, ideados para realizarse en cadena la misma noche. Seward logró sobrevivir a las heridas que le causó el feroz ataque de uno de los conjurados y Johnson ni siquiera fue agredido, ya que su supuesto atacante renunció a hacerlo a última hora por cobardía.
Entre los acusados, llama la atención la presencia de una mujer de mediana edad, Mary Surratt (Robin Wright), viuda y madre de dos hijos, propietaria de una posada en la que tuvieron lugar las reuniones de los conspiradores, entre ellos, su propio hijo John. Estos habían pensado en primer lugar secuestrar a Lincoln, siempre con la idea de torcer el curso de la guerra a favor del sur, pero se vieron obligados a abortar el plan optando finalmente por el triple asesinato.
Todos ellos son llevados ante un tribunal militar siguiendo las instrucciones del secretario de Defensa, Edwin M. Stanton (Kevin Kline), algo totalmente irregular, al ser civiles. La defensa de Mary Surratt es encomendada por el insigne jurista Reverdy Johnson (Tom Wilkinson) a un joven exmilitar, héroe de guerra unionista y abogado, llamado Frederick Aiken (James McAvoy), quien se resiste en principio a aceptar el encargo, pero al final acaba cediendo. Como le recuerda Johnson, a pesar de sus escrúpulos debe hacerlo porque Mary tiene derecho a una defensa como cualquier ciudadano.
Y en el desarrollo de ese juicio centrado en la figura de Mary, vemos cómo en vez de impartir justicia se busca un ajuste de cuentas entre vencedores y vencidos; se suceden las irregularidades y se torpedea descaradamente cualquier intento por parte de Aiken de sembrar la duda en el tribunal a favor de Mary, pues él se inclina a pensar que su papel en la conjura ha sido secundario y que quien tendría que estar procesado es John Surratt, que está huido. Choca también, en sus intentos de librarla de un amargo final, con la propia Mary, quien dará en todo momento una lección de dignidad y amor materno, dispuesta a sacrificarse para salvar a su hijo de la horca.
Se trata, pues, de un drama judicial, en el que se defiende el poder y la importancia de la Constitución, de los derechos de los ciudadanos a tener un juicio justo y a no ser víctimas de venganzas incluso en medio de un conflicto bélico. Todo lo contrario de lo que en el transcurso del proceso pregona el fiscal: ¡En tiempos de guerra las leyes enmudecen!
Estos temas de justicia social, tan queridos para su director, Robert Redford, son narrados con la maestría propia de este cineasta, de una forma clásica, sin artificios ni exageración, recreando los diferentes ambientes con gran naturalismo, gracias a una magnífica fotografía de Newton Thomas Sigel que utiliza la luz de forma magistral y a una buena banda sonora obra de Mark Isham.
Se rodea, igualmente, de grandes actores como Robin Wright, magnífica en su papel de Mary Surratt y James McAvoy como el abogado Aiken, dispuesto a defender la justicia por encima de todo. No menos importantes son los secundarios como Tom Wilkinson o Kevin Kline, impecables en sus cortos pero decisivos papeles.
La cinta no obtuvo mucho éxito en su estreno y la crítica la acogió con división, puede que perjudicada precisamente por ese desarrollo clásico que la caracteriza. Sin embargo, a pesar de ser un producto quizá no tan sobresaliente como otros dirigidos por Robert Redford, es una película con una trama muy interesante, que se centra en unos hechos desapercibidos para muchos y muy bien interpretada, virtudes que la hacen, sin duda, digna de ser apreciada como merece.
Imagen: Filmaffinity
Tráiler: YouTube
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