Fue hace unos días, escuchando la radio, cuando comenzaron
en realidad a escribirse estas líneas. Era uno de esos programas de radio
matinales, larguísimos, que a veces reservan una parte de su tiempo para hablar
de libros con un tono de melancolía que nos recuerda que ese tiempo lector, en
el que la literatura aún importaba, ya no volverá. No prestaba demasiada
atención cuando el locutor abrió la antena para que los oyentes recomendaran
los libros que más les habían gustado, o los más importantes de sus vidas, o una
fórmula similar. De pronto un oyente, inspirado por un silencio metafísico,
dijo: a mi solo me interesan los libros que me revuelven por dentro. Entonces
me pregunté qué quería decir exactamente eso de me revuelven por dentro, si se
refería a esos libros que te dan un puñetazo en el estómago, los que te
despiertan de un bofetón en la cara, los que te encogen el alma. Y entre tanta
metáfora violenta me pregunté cuál había sido el libro que más me había
sacudido por dentro. Y surgió Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez.
Los cuatro relatos que forman la novela son cuatro derrotas,
pues así se encabeza cada uno de ellos, como una derrota. Y cada derrota cuenta,
con una amargura serena y una prosa tan delicada como hiriente, cuatro
episodios que transcurren en la inmediata posguerra. En la Primera derrota el
capitán Alegría, intendente del ejército franquista, decide rendirse poco antes
de la caída de Madrid y cruzar las líneas del frente para entregarse al
ejército que será derrotado en pocos días. Ante la acusación de traición y los
cargos por desertor, el capitán Alegría responde con una verdad inasumible para
aquellos que lo juzgan: soy un rendido. La Segunda derrota transcribe un
manuscrito encontrado junto a los cuerpos sin vida de un adulto y un niño de
pecho. En una cueva, camino del exilio, un joven sujeta el cuerpo inerte de su
mujer. Acaba de morir en el parto. El niño que guardaba en sus entrañas ha
sobrevivido. En un cuaderno de hule el joven describe la desolación de no tener
aliento ni para mantener con vida el pequeño cuerpo que se encoge junto a él. Cuando
el oyente que inspiró estas líneas dijo lo de sacudir por dentro fue este
relato el que me vino a la memoria casi como un resorte. En la Tercera derrota
el profesor de chelo Juan Senra se enfrenta al tribunal que ha de decidir
mantenerlo con vida o despertarlo al alba y meterlo en un camión rumbo a la
tapia del cementerio. Como una Sherezade famélica y llena de mugre, Senra le
cuenta al coronel Eymar, presidente de ese sanedrín vengativo y rencoroso, cómo
conoció al único hijo del coronel, fusilado en la cárcel de Porlier. Cada día
Senra fabula una historia para no ser condenado, hasta que el asco y la falta
de fuerzas lo llevan a hacer justicia con su propia vida. En la Cuarta derrota
una mujer, viuda y madre de un niño, sufre los delirios de un diácono
atormentado por el deseo sexual que siente hacia ella. Narrado a tres voces
(las cartas del diácono a su reverendo padre, los recuerdos del niño y un narrador
omnisciente que sostiene la historia), el relato nos cuenta cómo fueron
aquellos días que terminaron descubriendo un secreto que no logró permanecer
oculto al fanatismo.
Alberto Méndez publicó el libro el mismo año que falleció, en 2004. Uno se pregunta por qué esperó tanto para escribir, o si escribió pero no quiso publicar, o si se pasó toda la vida dando vueltas a lo que iba a escribir, como el poeta que nunca encuentra el verso perfecto para terminar un poema. Parece como si cada relato hubiera sido esculpido en piedra, una piedra pulida hasta la obsesión, hasta que no cabe ni sobra una palabra más. Una piedra que duele, duele mucho.
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